I. La toma de posesión
Frente a Gustavo Petro, el presidente del Congreso colombiano, Roy Barreras, llama a la senadora María José Pizarro a colocar la banda presidencial al recién electo gobernante: “Una hija de la izquierda. Una hija de la historia. Esa historia que fuera interrumpida por las balas asesinas pero que gracias a que usted [Petro], encarnó esa voluntad, hoy retoma el cauce”.
Momento conmovedor el que se vivió en la Plaza Simón Bolívar, de Bogotá, cuando la hija de Carlos Pizarro Leongómez -guerrillero del Movimiento 19 de abril y compañero de Petro, asesinado cuando había ya depuesto las armas, firmado la paz con el gobierno y era candidato presidencial en 1990- abraza y cruza el listón tricolor, amarillo, azul y rojo, a Petro.
La gente corea a Pizarro y a Petro, aplaude y grita de euforia, pues la ceremonia del Congreso se ha instalado en la Plaza Bolívar para escenificar la toma de posesión del primer gobierno de izquierda en Colombia. Gobierno “progresista de izquierda democrática”, define Barreras en un discurso prolongado y un tanto excesivo; pues el protagonista allí es el presidente electo y el pueblo que lo ha elegido (en todas partes hay Muñoz-Ledos).
Aquí se percibe la emoción del pueblo colombiano cuando se une a la Filarmónica de Bogotá para entonar su himno nacional:
Pero esas balas asesinas van más allá de 1990 y se han extendido por toda Colombia. Por ello es que ha resultado tan emotivo este proceso electoral que decide por “un cambio verdadero”, como señala Petro en su discurso. Esas balas las encontramos ya en 1948. En el famoso y malhadado “Bogotazo”, cuando fuera asesinado el líder de izquierda liberal Jorge Eliécer Gaitán. Lo recordé cuando escuché las palabras iniciales del presidente del Congreso ante Petro.
El viernes 9 de abril de 1948 se cumplía ya una semana de estarse celebrando en Colombia la Novena Conferencia Internacional Americana, donde se firmaría la carta constitutiva de la Organización de Estados Americanos. El representante mexicano en la Conferencia era nada menos que Jaime Torres Bodet, en su condición de secretario de Relaciones Exteriores, quien fue testigo de los hechos, el levantamiento y los disturbios posteriores al crimen de Gaitán, y lo relató en La victoria sin alas, uno de sus seis tomos de memorias. Se inició entonces un proceso violento que culminaría en un primer momento en 1958.
Transcurridos poco más de 74 años después del Bogotazo, del asesinato de Gaitán al ascenso al poder de Petro, -periodo anegado de violencia y sangre, fraudes electorales, guerrillas, narcotráfico, sometimiento y desprecio al pueblo colombiano por parte de las élites de ese país-, se entiende que el acto de posesión en la plaza pública haya sido vibrante. Y que se hayan vivido momentos particulares de gran emocionalidad. Por ejemplo, cuando Petro va a tomar juramente a la vicepresidenta electa Francia Elena Márquez Mina, mujer afroamericana con liderazgo social, el público le ofrece una gran ovación; mas el presidente la hace esperar un poco.
En esa espera, el presidente da la orden a la Casa Militar, por “mandato popular”, de traer al escenario la espada de Bolívar; primera orden del presidente. Símbolo muy querido y de alto significado para los colombianos (y en particular para los guerrilleros del M-19) y que el presidente saliente, Iván Duque, había negado facilitar durante la ceremonia.
Otro momento importante fue la proyección del trabajo fotográfico de Mauricio Vélez, “Colombia: Más allá de la Memoria”, conmovedor retrato de los años de sufrimientos de la sociedad colombiana acentuado por el siempre doliente Requiem, de Mozart y un fragmento del inicio de la Sexta Sinfonía de Chaikovski. La solemnidad y trascendencia de la ceremonia contó con la participación de la Filarmónica de Bogotá e integrantes de otras orquestas del país; 250 músicos dirigidos por Paola Ávila. La cumbia, el vallenato y el mariachi siempre tendrán su lugar, pero pueden esperar; por eso, esta decisión musical es plausible y debe destacarse.
Colombia: Más allá de la Memoria:
Cuando después de larga espera entra la espada a proscenio al fin, se genera una polémica. Se difundió que Felipe VI “rey de España” había faltado al respeto a la misma al no ponerse de pie. Lo cual no es del todo cierto, ha sido una media verdad alimentada por mentes ideologizadas. Estoy contra todo tipo de “sangre azul” parasitaria en países europeos y orientales, pero la verdad en este evento –y la gente y los medios debieran de ver y escuchar mejor- es que cuando entra la espada de Bolívar, Felipe está de pie y aplaude. Ya que ha pasado frente a él, toma asiento, aunque la mayoría continúa de pie.
Un punto álgido más de emoción fue cuando Petro presentó, entre sus invitados o los invitados “de importancia” (en todas partes los hay, políticos, empresarios, artistas, etcétera), a gente del pueblo por su nombre propio como “invitados de honor”: pescador, líder juvenil, barrendera, silletero de flores, vendedor ambulante, campesino cafetalero. Pero aquí va un “reproche”.
Para un espíritu crítico resulta chocante que los políticos y los gobiernos invoquen a “dios”. Lo hicieron en varias ocasiones en esta toma de posesión; y peor: lo han hecho del modo gachupín rancio: “Invocando la protección de dios, juráis…; que el cargo de presidente de la república os impone…; juro a dios…; que vuestra; que dios, esta corporación [Senado] y el pueblo os lo premien…”
Si estamos ante un “cambio verdadero” y un gobierno progresista y democrático, estas dos inconsecuencias tendrían que ser eliminadas o modificadas: “A dios lo que es de dios…”; y hablar en colombiano llano. Algo tan simple y anacrónico puede modificarse (escúchese la “ceceada” entrevista de Taibo Segundo en España con los de “Podemos”, a ver si suena arcaico, anacrónico y decadente o no; además de incoherente e inconsecuente). Y ojalá Gustavo Petro encabece con seriedad esa izquierda democrática que ha descrito el presidente del Senado; que no vaya a naufragar en la demagogia de la izquierda ideologizada y trasnochada. El pueblo de Colombia merece verdadera democracia; igual que toda Latinoamérica. El hecho de que esta izquierda colombiana venga de la violencia y del dolor, de la realidad dramática vivida durante decenios por ese país, hará posible que sea una izquierda democrática.
Por último, quiero compartir el testimonio de Jaime Torres Bodet presente ese 9 de abril de 1948. Así como la anécdota del cronista y dramaturgo Rafael Solana, su secretario particular y amigo, que me comentó en una entrevista en relación al mismo evento histórico. Ambos fragmentos los tomo de Jaime Torres Bodet, los Contemporáneos y la dorada prisión de la burocracia. Ensayo ganador en septiembre de 2021 de la convocatoria “Tu Tesis en Memórica”, organizada por el repositorio digital Memórica, institución del Gobierno de México de quien, por cierto, no he sabido nada sino por el anuncio de los ganadores (15) en un póster; ni correo electrónico, ni reconocimiento, ni nada. En fin.
II. El testimonio de Jaime Torres Bodet
La reunión de Colombia tuvo dos etapas diferenciadas. Durante la primera se dieron los discursos, los diálogos, las discusiones, la toma de posiciones, las declaraciones; todo ese tráfago burocrático, la maraña que suele envolver a la diplomacia internacional. Para México, esta primera parte fue importante puesto que a pesar de los discursos genéricos y superficiales, logró especificar su posición; la cual por cierto distaba de ser la de Estados Unidos, como se ha llegado a pensar.
La segunda parte de la Conferencia se vio precedida por los eventos violentos conocidos como “El Bogotazo”. Hecho en el cual fue asesinado el líder de la izquierda liberal colombiana, Jorge Eliécer Gaitán. Al respecto circulaban dos versiones. “Según algunos (como el general Marshall y el embajador cubano Guillermo Belt), los acontecimientos del viernes 9 (abril) delataban la intervención de los comunistas. Otros pensaban -y yo entre ellos, relata JTB- que la violencia de que habíamos sido testigos era el producto de una pasión popular, desencadenada por la cólera ante la muerte de un hombre querido... Ciertamente, no resultaba increíble que, a la indignación espontánea del primer arrebato público, se hubieran agregado más tarde agitadores profesionales y que, entre estos, figurasen los comunistas”. “El Bogotazo”, lleno de sangre y marcado por la disputa por el poder, exhibía sólo una pequeña porción de lo que era la brutal realidad latinoamericana. La ausencia de democracia multiplicaba los grupos políticos e incrementaba la demanda popular por mejores condiciones de vida. Lo cierto es que en el caso Gaitán como en otros en que líderes carismáticos, populares y con arraigo social son asesinados, no se encuentra o no se juzga al responsable, se le asesina en el lugar o se crea confusión artificial para esconder a los verdaderos criminales dada la naturaleza política del crimen; y la duda permanece para siempre (hoy se sabe de la intervención de la CIA en su asesinato).
En Bogotá reinaba la confusión y la Conferencia estuvo a punto de suspenderse o de trasladarse a otro lugar. Sin embargo, se logró que las delegaciones permanecieran en la ciudad aunque la segunda parte, debido a que el Capitolio en donde se llevaban a cabo las discusiones fue ocupado por los rebeldes, se realizó en pequeñas escuelas de primaria. Allí se reunieron los diversos comités para discutir los términos de los convenios, tratados y acuerdos.
III. La anécdota de Rafael Solana
Una anécdota que no es de mi relación personal con él sino de su vida pública, es cuando en Bogotá tenía que llevar al palacio donde se celebraban las conversaciones ciertos documentos, y en el momento en que llegó había un tiroteo en la plaza donde estaba el Congreso, y él tranquilamente, sin apresurar el paso, comenzó a subir aquellas escalinatas. Don Rafael (Muñoz, el novelista), de los que iban con él, le dijo: “¡Don Jaime, que nos están tirando!”, y el otro respondió: “¡En estos momentos no soy Jaime Torres Bodet, soy México!”. Y siguió con el mismo paso entre los tiros que le pasaban por todas partes, porque México no podía dar el espectáculo de agacharse o de esconderse; y siguió.
Nota final. Comparto la bellísima melodía del inicio de la “Patética”, Sinfonía n.º 6 en si menor, Op. 74, de Chaikovski, utilizada en el documento fotográfico de Vélez citado arriba; con Bernstein, por supuesto: