Muchos hombres y muchas mujeres inteligentes trabajan en la National Aeronautics and Space Administration, alias la NASA. En tal agencia del gobierno estadounidense seguramente también colaboran dos o tres personas intelectuales, pero no muchas más.
La NASA no puede arriesgarse a dejar sus proyectos científicos en manos de intelectuales. Porque, sin duda, no es lo mismo ser inteligente que intelectual.
Debe quedar claro, entonces, por qué, a partir de tal diferencia, la NASA busca especies inteligentes en el espacio exterior, no especies intelectuales.
El intelectual es alguien que sabe muchas cosas, pero no necesariamente posee inteligencia.
Para estudiar ciencias de la comunicación no se necesita inteligencia notable. Ciencias y técnicas de la comunicación es la profesión del intelectual Héctor Aguilar Camín. Se graduó en la Universidad Iberoamericana.
Si él hubiera tenido una inteligencia superior, habría estudiado física o matemáticas. Es mi caso. Intenté profundizar en el conocimiento de la ciencia, pero como no pude me resigné y obtuve un título de economista en el Tecnológico de Monterrey.
Como soy más realista que Aguilar Camín, ni siquiera intenté ser intelectual, esto es, jamás pensé que mi vocación era la de cambiar la realidad, que sí es el oficio —tan histórico— del citado articulista de Milenio.
Me he despertado temprano esta madrugada. A las tres de la mañana solo el diario propiedad de Pancho González ha publicado sus columnas del día. Leí la de Aguilar Camín y, ¡carajo!, me hizo enojar.
Como todo intelectual que no brilla por su inteligencia Héctor Aguilar Camín cree que su misión en la vida es la de echar a perder las fiestas que le importan a la gente.
¿Tenía sentido que don Héctor saliera con la tontería de que es falso que el 15 de septiembre se celebre nuestra Independencia “porque en la madrugada de ese día, para amanecer el 16, el cura Miguel Hidalgo tocó la campana de su parroquia y dio el grito de rebelión. La verdad es que no hubo ningún grito y las campanas sonaron en la mañana del 16, que era domingo. La noche del 15 fue vuelta noche patria después, porque ese día cumplía años Porfirio Díaz”.
¿A quién le interesa si Díaz cumplía años o si no hubo Grito? Lo relevante es nuestra fiesta. Desde luego, nadie le hará caso a Aguilar Camín, pero molestan sus ganas de echar a perder una celebración nacional.
En estos casos lo sensato sería no olvidar una expresión de Giordano Bruno, quien no era intelectual pero sí inteligente —entendía de matemáticas—: “Se non è vero, è ben trovato”.
Dado que se dedica a saber muchas cosas aunque sea incapaz de comprenderlas —así son los intelectuales—, Aguilar Camín me corregirá si estoy equivocado: creo que Giordano Bruno dijo eso en De gli eroici furori.
Los furores de los que habla Giordano Bruno son varios: “Unos manifiestan ceguera e ímpetu irracional; otros, muy distintos, son frutos del esfuerzo dedicado al saber”. Estoy citando un ensayo “De gli eroici furori de Giordano Bruno: contra una lectura averroísta” del español especialista en filosofía Carlos Carrión González.
La palabra furor tiene muchos significados: ira, demencia, arrebato, entusiasmo creador, vehemencia, pasión. Una pena que los furores de nuestros intelectuales los lleven a la ceguera.
Para los mexicanos y las mexicanas la independencia inició con el Grito la noche del 15 de septiembre de 1810. Si no es estrictamente cierto, no tiene importancia porque se trata de una excelente historia que nos unifica: Se non è vero, è ben trovato.
Jorge G. Castañeda, otro intelectual —más inteligente que don Héctor, aunque tampoco pudo con las matemáticas: le dio por la economía— ha difundido exactamente el 15 de septiembre un artículo supuestamente para criticar al secretario de Defensa, Luis Cresencio Sandoval, pero que en realidad fue redactado para difundir los datos de una encuesta que, según él, demuestran que cada día menos gente nacida en México quiere ser mexicana. ¿En serio?
La propia biografía de Castañeda refuta esa encuesta. Si alguien puede cambiar su nacionalidad es él; inclusive no dudaría que tuviera, al mismo tiempo que la mexicana, otra nacionalidad distinta, la estadounidense, la francesa o la israelita.
Jorge domina otros idiomas, ha vivido en otros países, puede conseguir empleo de tiempo completo en Estados Unidos —ya tiene uno de tiempo parcial—, seguramente posee inmuebles honestamente adquiridos en el extranjero, sus recursos personales le alcanzan para mudarse a cualquier lugar del mundo. Pero el intelectual Castañeda no se va de México.
¿Por qué Jorge Castañeda, pudiendo irse, no se va de la república mexicana? Porque entiende que la nuestra es una nación de oportunidades, porque sufre con las terribles heladas de EE. UU. o Europa, por los buenos restaurantes de la colonia Polanco —sobre todo el de Arturo Cervantes—, por sus amigos y amigas, por la cultura nacional, porque le hechiza lo mexicano y, por lo tanto, lo prefiere.
Ojalá algún día Jorge Castañeda encuentre la inteligencia que ha perdido por tanto tiempo jugando al intelectual y se deje ya de pillerías infantiles como la de elogiar una encuesta que humilla a todo nuestro pueblo. Encuesta irrelevante, pero que nos indigna, especialmente por la intención aguafiestas de darla a conocer el día del Grito que nos une a mexicanos y mexicanas, el tan querido de ¡viva México!