El 6 de enero pasado se cumplió un año del asalto al Capitolio en Washington. Vimos en televisión cómo el entonces presidente Donald Trump exhortaba a los asistentes a un mitin cerca de la Casa Blanca a exigir que los miembros del Congreso y el vicepresidente Mike Pence se opusieran al conteo de votos del Colegio Electoral. Al mismo tiempo las cámaras de televisión enfocaban a miles de partidarios de Trump que irrumpieron en el Capitolio.

Los estadounidenses no han llegado al fin de esta crisis. Sigue la desinformación. Los fiscales federales han acusado a más de 700 personas por delitos relacionados con el ataque. Un Comité Selecto del Congreso busca descubrir los detalles de lo que sucedió y quién fue el responsable.

Alexander Keyssar, profesor de Historia y Política Social de Harvard, impartió un curso que examinó el ataque del 6 de enero y lo puso en una perspectiva histórica. El objetivo de las primeras cuatro semanas del curso fue tratar de encontrar respuestas a las preguntas más elementales: ¿Qué pasó exactamente? ¿Cómo podemos llamar a este evento? ¿Cuál es la cronología precisa de los eventos? ¿Cómo terminó? ¿Quiénes eran los actores? ¿Quién estaba en el mitin que ocurrió antes? Había poca claridad en febrero o marzo de 2021. Y nos da una lección a los que tratamos de interpretar un evento en el momento en que ocurre. El tiempo nos ayuda a entenderlo con otra perspectiva.

Keyssar nos dice: “días después del ataque, había un conjunto de suposiciones de que realmente no sabíamos lo que había sucedido y, por lo tanto, no podíamos comenzar a evaluar su importancia. En ese momento, hubo un enfoque dominante en los actores escandolosos del ataque en el Capitolio y lo que parecía ser un conjunto de eventos bastante incipientes, aunque muy inquietantes, en la tarde del 6 de enero. La otra cosa que estaba dando forma a lo que veíamos en ese primer mes fue el hecho de que después de que se despejó el Capitolio, el Congreso regresó, hizo su trabajo, anunció la elección de Biden y luego numerosos líderes republicanos denunciaron los eventos. Entonces, la forma en que apareció durante un tiempo, la primavera pasada, fue como una manifestación que se había convertido en un ataque al Capitolio liderado por grupos radicales de derecha, como Proud Boys y Oath Keepers, que estaban aprovechando el momento para perseguir sus objetivos y agendas propias”.

A un año de distancia, las cosas se ven muy diferentes:

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Keyssar nos dice: “La información que ha estado saliendo revela un alto y constante nivel de compromiso con este evento por parte de los funcionarios de la Casa Blanca, incluido el presidente, su personal de apoyo y personas cercanas a él. Ahora sabemos que había un centro de comando en el hotel Willard y que los mensajes de texto circulaban entre los funcionarios de la Casa Blanca, los principales Republicanos, los miembros del Congreso e incluso Fox News. Ahora sabemos también de una supuesta estrategia constitucional legal para inducir al vicepresidente Pence a rechazar los votos electorales de ciertos estados, lo que luego podría conducir a un proceso que podría conducir a anunciar que Trump había ganado las elecciones. La idea de que había un plan conceptual que sustentaba esto y que apuntaba a utilizar el caos para tratar de producir un resultado electoral diferente no estaba clara la primavera pasada. En cambio, ahora parece cada vez más claro”.

En el curso del profesor Keyssar se revisaron analogías históricas.

  1. Lecturas sobre Alemania en las décadas de 1920 y 1930; sobre el Beer Hall Putsch como preludio del incendio del Reichstag y la toma del poder por parte de Hitler una década después.
  2. Un precursor relevante también fue lo que estaba sucediendo en Kansas en la década de 1850, “Bleeding Kansas”. Uno de los temas que identificados en la historia de Estados Unidos fue el uso de la violencia para suprimir cualquier poder político emergente de las minorías raciales. Kansas, en la década de 1850, se debatía entre ser un estado libre o un estado esclavista.
  3. Otro ejemplo fue lo que sucedió en Wilmington, Carolina del Norte, en 1898, el único golpe exitoso en la historia de Estados Unidos. Y de hecho fue un caso en el que, en efecto, el resultado de una elección fue anulado por la violencia en una comunidad que se había convertido en uno de los centros de una vida afroamericana bastante próspera en el este de Carolina del Norte.

Los hilos históricos que se desprenden de las analogías, ayudan al observador a determinar si esos eventos están vinculados de alguna manera con el presente. Siempre hay riesgos cuando se abusa del pensamiento por analogía.

Lo que pasó el 6 de enero fue una amenaza al orden democrático de Estados Unidos. Pero todavía no sabemos cuál será su significado final. Todo dependerá de lo que se desarrolle en los próximos años, como consecuencia.

Las cosas podrían regresar a la normalidad. Pero también hay otro camino que transitaría por las elecciones de 2022 y 2024. Podría haber una deslegitimación total de los procesos electorales. Sería una vía antidemocrática y destructiva. Estados Unidos está en una crisis. Lo que sucedió en 2020 expuso la plomería defectuosa de su sistema electoral. Hay ambigüedades y puntos débiles en ese sistema. Y Trump ya los identificó.

La polarización en Estados Unidos es brutal. Hay una guerra de trincheras en las redes sociales. Las opiniones de ambos bandos son fijas. Ninguna nueva narrativa las va a cambiar. Al contrario; hay dos narrativas en conflicto; hay dos segmentos de la población, muy grandes, que creen en cosas diferentes. Son dos grupos irreconciliables. Los partidarios de Trump no ven CNN ni leen The New York Times o The Washington Post. Su fuente de información es Tucker Carlson de FOX.

Un país no puede ser gobernable por mucho tiempo cuando dos narrativas diferentes persisten entre grandes grupos de la población.

El 6 de enero pasado, el presidente Joe Biden habló del ataque. Pronunció un extraordinario discurso con frases muy duras: “La democracia fue atacada”. “La voluntad del pueblo estuvo bajo ataque”. “La Constitución enfrentó la más grave de las amenazas”.

Biden dijo: “Por primera vez en nuestra historia, un presidente que acababa de perder una elección trató de evitar la transferencia pacífica del poder cuando una turba violenta irrumpió en el Capitolio. Pero fallaron. Y en este día de recordación, debemos asegurarnos de que tal ataque nunca vuelva a ocurrir”.

En su discurso, Biden hizo el mismo ejercicio que el profesor Keyssar. Pidió a todos cerrar sus ojos y recordar lo que vieron a ese día. Y luego les platicó lo que no vieron:

“No vimos a un ex presidente, que acababa de reunir a la mafia para atacar, sentado en el comedor privado de la Oficina Oval de la Casa Blanca, viéndolo todo en la televisión y sin hacer nada durante horas, mientras la policía era atacada, en riesgo, y la capital de la nación bajo asedio. Este no era un grupo de turistas. Esta fue una insurrección armada. No buscaban defender la voluntad del pueblo. No buscaban defender unas elecciones libres y justas. Buscaban subvertir la Constitución”.

Biden fue claro en que nunca debemos quedarnos atrapados en el pasado. El pasado no debe quedar enterrado. Esa es la única forma de avanzar. Eso es lo que hacen las grandes naciones. No entierran la verdad, la enfrentan: “debemos tener absolutamente claro qué es verdad y qué es mentira”. Y añadió: “el expresidente de Estados Unidos ha creado y difundido una red de mentiras sobre las elecciones de 2020″.

Estamos viviendo en un punto de inflexión de la historia: una lucha entre la democracia y la autocracia, entre las aspiraciones de los muchos y la codicia de los pocos. Hay una batalla por el alma de Estados Unidos. La reconciliación no va a ser fácil.