“No tengo ideología, lo que tengo es biblioteca”. Esa es la autobiografía, en Twitter, del escritor español Arturo Pérez Reverte.

Leí hace rato un artículo de él en Milenio, “Sobre toros, tradiciones y barbaries”. Pérez Reverte cuenta ahí que durante años presenció corridas de toros, pero ya no lo hace. Confiesa que su biblioteca empezó a alejarlo de ese deporte —o espectáculo, arte o lo que sea—. No lo dice así, pero es fácil concluirlo de lo que el novelista cuenta: “Con los años, las cosas fueron cambiando. Supongo que el comienzo se lo debo a mi hija, cuando a los ocho años, leyendo Moby Dick, me dijo: ‘Papi, pobre ballena’, y comprendí como en un relámpago que el mundo cambiaba y que parte de mí cambiaba con él”. La niña debe haber tomado la obra de Herman Melville de la estantería de don Arturo, que imagino rebosante de buenos libros.

Desconozco el contrato firmado entre el periódico de Francisco González y la representación legal del señor Pérez Reverte, pero me llama la atención el retraso en la publicación del mencionado texto: fue difundido originalmente en ABC, de España, hace dos semanas. ¿Por qué hasta hoy en el periódico mexicano Milenio?

Menciono este dato porque exactamente hace 15 días, de decir, cuando el citado artículo empezó a circular, me enteré del abuso del tribunal constitucional español contra una revista satírica, Mongolia, demandada por un matador de ese país, José Ortega Cano. No sé si Arturo Pérez Reverte se enteró que a la revista de Pere Rusiñol se le condenó a pagar decenas de miles de euros al torero retirado solo porque a este personaje le molestó aparecer en un cartel humorístico.

En su biblioteca el escritor Pérez Reverte tendrá libros que defiendan la libertad y otros que la censuren. Con algunos estará de acuerdo y con el resto no, pero todos los puntos de vista deben estar en la estantería de una biblioteca correctamente diseñada, como la de don Arturo. El editor de Mongolia también tiene una biblioteca valiosa, en la que habrá de todo. ¿A dónde voy? A las bibliotecas jurídicas.

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Son contradictorias las bibliotecas jurídicas. Me lo dijo un ministro de la corte suprema mexicana sobre un expediente relacionado con derechos de propiedad intelectual que afectaba la libertad, precisamente, del grupo de periodistas de Milenio cuando yo lo dirigía: “La mitad de mis libros le dan la razón a usted, pero la otra mitad a su rival. ¿Entiende lo complicado de la decisión que tomará el magistrado que ve su asunto?” Al final tomó la decisión más recta y ganamos el juicio. El perdedor todavía dirá que el juzgador actuó indebidamente. Creo que más bien ocurrió que el magistrado había leído todo lo existente en su biblioteca, pero encontró más sensatas las obras jurídicas que nos favorecían porque seguramente no solo estudiaba tratados de derecho, sino muchos otros libros.

Tristemente, en España los magistrados o ministros del tribunal constitucional parecen haber leído solo libros de derecho. De ahí la condena a la revista de Pere Rusiñol. Y es que especializarse excesivamente en un tema convierte a la gente en burócrata. El máximo tribunal de ese país consideró que no se debe utilizar sin su autorización la imagen de un torero en un cartel humorístico, y ordenó a una pequeña revista indemnizarlo con 40 mil euros. Después sus integrantes, probablamente taurinos muchos de ellos, pasaron al siguiente expediente. No les importó dejar cerca de la bancarrota a Mongolia ni, lo peor, atentar de tan fea manera contra la libertad.

Es el problema de no tener bibliotecas completas. Porque hay otros libros, jurídicos y de otras disciplinas, que bien entendidos le daban la razón a Pere y a Mongolia. Sobran filósofos, novelistas, poetas y científicos eminentes que justificarían la tesis de que la libertad de expresión, sobre todo en el terreno de la sátira, debe ser muchísimo mas amplia que el criterio de los magistrados del tribunal constitucional de España. ¿Que la libertad amplísima lleva a la anarquía? Quizá. Se trata de otra de las consecuencias de tener una buena biblioteca: quien la utiliza intensamente se vuelve anarquista. Pérez Reverte y Pere Rusiñol estarán de acuerdo conmigo, el anarquismo no es una ideología: es la antideología.

Arturo Pérez Reverte, además de biblioteca, tiene perros. Tanto como el sufrimiento de la ballena de Moby Dick las cinco mascotas que ha tenido el escritor y las dos de hija —Sombra, Mordaunt, Morgan, Sherlock, Rumba, Ágata y Conrad— le quitaron la afición a los toros: “Dudo que nadie que haya vivido estrechamente con ellos, experimentado su devoción y lealtad, nadie que haya sentido la mirada de sus ojos fieles, sea capaz de ver con indiferencia el sufrimiento de un animal”.

¿Qué pueden enseñarnos los perros acerca de la libre expresión? No lo sé, no tengo perros, pero mis hijos y nietos sí y algo he aprendido en la convivencia familiar. Alguna vez, navegando en internet con uno de los niños que buscaba información sobre uno de sus animales —tiene varios— vi el libro Los perros necesitan libertad de Carlos A. López García. Supongo que esta obra, de tres volúmenes, estará en las bibliotecas de Pérez Reverte y Pere Rusiñol. Lo que entendí con solo leer un par de párrafos en alguna reseña, es que los perros necesitan ser libres para estar física y emocionalmente sanos.

Los toros también necesitan ser libres. Por lo menos para, como dice Pérez Reverte, tener la oportunidad en una plaza de verdad de equilibrar un poco la balanza, esto es, poder matar a quienes les martirizan, los toreros: “Por eso me parece bueno, hasta necesario, que de vez en cuando mueran toreros”.

Por cierto, los periodistas y escritores también necesitan ser libres. Hombre influyente en su país —y en México también— ojalá Pérez Reverte escriba al menos un tuit sobre la condena a Mongolia. En su artículo de Milenio, el escritor no cuestiona a la tauromaquia, pero sí a la barbarie de algunas tradiciones de ciertos pueblos de España, como “la salvajada de atormentar a animales que no pueden defenderse”. Hay otra tradición atroz —no solo española o mexicana, sino global— que debe ser fuertemente criticada por la gente sin ideología pero con biblioteca como don Arturo: la de limitar la libertad de expresión, particularmente cuando se hace con propósitos humorísticos. ¿A quién daña un chiste?

En fin, terminaré esta nota informando a Pérez Reverte y a Pere Rusiñol que la demanda del matador Ortega Cano contra Mongolia ya ha dado argumentos a los activistas que —con muy altas posibilidades de éxito— buscan que la mayoría legislativa de izquierda de la Ciudad de México prohiba los espectáculos de toros. No es algo que vaya a perjudicar a ese torero, ya retirado: es, nada más, un caso especial del efecto mariposa: la decisión de un tribunal español integrado casi seguramente por magistrados taurinos, apoya a quienes van contra la tauromaquia en una megalópolis ubicada a 9 mil kilómetros de Madrid. Así las cosas en la teoría del caos: el aleteo de Mongolia para reunir 40 mil euros aportados por sus lectores, provocará un tsunami en el millonario negocio taurino en la capital mexicana.

Pérez Reverte ha dicho que el ya no ir a los toros no lo convierte en militante antitaurino. Yo tampoco lo soy, o bueno sí un poquito.