Hoy se celebra el Día del Psicólogo. Y es extraño pero todos los días los que elegimos esta carrera lo somos. Con más bajas que altas emocionalmente y eso está bien.
Porque en otros tiempos ser psicólogo significaba no quebrarse ante el dolor ante los demás, no ser frágiles en nuestras emociones y no mostrar vulnerabilidad alguna.
Esa es una gran tontería a mi parecer y sí, tristemente todavía hay gente que lo cree así. Me parece que es un pensamiento muy ignorante e insensible.
Diré que en mi búsqueda por saber a qué me dedicaría encontré durante la secundaria la que sería la carrera que elegiría cuando ya por terminar mis estudios en ella, hubo un director que tuvo sensibilidad para ver en mí a una chica de 16 años que no se encontraba bien. Taciturna, solitaria y rebelde. Así me consideraban, así me sentía.
El director de la secundaria mandó llamar a mi madre y también debido a mis bajas calificaciones, le exigió que fuera con la psicóloga de lo contrario no tendría mi certificado de secundaria.
Hoy le agradezco tanto a ese director, porque mi madre, creyendo que yo estaba muy bien (realmente estaba muy mal), accedió a que fuera tratada por la psicóloga del colegio. De esto en el año 1987.
Ahí estaba aquella psicóloga con sus ojos claros radiantes y su cabello rubio. Se llamaba Cristhian. Nunca más supe de ella.
Me escuchó y me dijo que yo le parecía amable, hermosa e inteligente. Cosas que nadie nunca me había dicho. Sufrí bullying toda la secundaria así que me había acostumbrado a no pensar algo bueno de mí.
Pero ella fue descubriendo donde estaban mis heridas y como debía de sanarlas y enfrentarlas, así que me prometí que cuando terminara la preparatoria iba a estudiar psicología para ayudar a otros adolescentes como me habían ayudado a mí.
Mi padre no estuvo muy de acuerdo. Le parecía que era algo vergonzoso “tratar con loqueros”, decía.
Su concepto de la salud mental era nulo, para mi padre era una carrera “innecesaria”. Pero aceptó pagármela
Cuando fui aprobada en la universidad (tuve esa gran fortuna), me dijo: “se la mejor y has todo el bien posible”.
Así que entre al mundo de la psicología, topándome todos los días con mis heridas de la infancia y de mi adolescencia pero además con las heridas de mis padres y de mi hermana.
Por supuesto que quise abortar la misión cientos de veces. Y me tocó un director de carrera que las veces que me acerqué a él para pedirle que me dijera qué tramites tenía que hacer para darme de baja, me decía “yo veo en ti a una buena psicóloga, no te bajes del barco”. Y no me bajaba.
Y me volvía a subir, confrontando mi locura con la de otros. La parte más pesada.
Porque, por supuesto que el psicólogo es el que mejor entiende donde es donde le duele… pero a veces no sabe cómo ayudarse a sí mismo. Casi siempre.
Por eso mi padre siempre que me veía triste o derrotada me decía: “Pero sí eres psicóloga, cómo es posible que estés así”.
Ojalá fuera así de fácil para los psicólogos auto-sanarse.
Y en el camino de mi carrera tuve la enorme fortuna y satisfacción de darme cuenta de que pude ayudar a una que otra persona y en la medida que iba ayudando a otros me iba ayudando a mí.
Dejé de ver la carrera como un negocio sino como una pasión por la vida.
Poder ser de consuelo para otros, ha sido un consuelo para mí.
Hoy en día la carrera de psicología está mal valorada. Desgraciadamente ya cualquiera puede ser psicólogo estudiando carreritas técnicas de dos años que te ofrecen para poder ser “terapeuta” o subespecialidades como coaching o consteladores familiares, etc… Ya cualquier título viene bien para que se le pueda considerar a otros como “terapeutas” y puedan dar terapias así, sin mayores conocimientos. Montan sus consultorios y ya está.
Mi carrera duró cuatros años y medio. Más la especialidad.
Afortunadamente, todavía hay jóvenes que creen en la psicóloga y aún se atreven a estudiarla a pesar de estos y otros cientos de obstáculos.
Hoy en día, ya los psicólogos cobran cuantiosas fortunas por consulta y están en su derecho, pero creo dejan atrás el propósito de esta carrera que es el de ayudar a otros.
Por eso mucha gente no se atiende mentalmente, porque no alcanza para todo: o comes y sobrevives o te tratas mentalmente.
Por eso soy de la idea de que los gobiernos están obligados a atender la salud mental de los ciudadanos. Debería de ser su obligación y su responsabilidad.
Pero, desgraciadamente, empezando por el presidente, la salud mental no es un tema relevante. Más bien es un tema del que no habla. No lo ve, no lo entiende.
Entonces, todos los gobiernos estatales hacen un esfuerzo sobrehumano por atender esta área.
En el caso de el gobernador del estado que vivo, Mauricio Kuri ha hecho todo un esfuerzo sobrehumano para que la salud mental pueda ser accesible para los ciudadanos, ya que en este estado hay muchos casos de suicidios. Afortunadamente, contamos con un líder que entiende de la importancia de atender la salud mental. Pero si el presidente no la entiende y no la ve, el camino se vuelve más largo y complicado.
Hoy, en el Día del Psicólogo, felicito a todos y a todas mis colegas. Y les exhorto a dejar a un lado los egos y las envidias que en nuestro gremio se da muchísimo eso. Siempre está el psicólogo compitiendo con otro creyendo que saben más; que mentalmente se dominan mejor; que son más hábiles y mejores psicólogos… Necesitamos unidad entre nosotros para aprendernos unos de otros, para formar redes de apoyo para servirle a otros.
Nuestra carrera es servicio. Y parece que lo hemos olvidado.
Retomemos la humildad para reconocer cuando no sabemos nada o cuando sabemos más que el otro y podamos compartirle aquello que creemos saber.
Gracias a mi padre por haberme dado esta carrera. Cuando me titulé me encontraba peleando contra el cáncer, ahí sin pelo y sin fuerzas hice mi examen profesional frente a mis padres y mi hermana. Ahí son muchas fuerzas termine el examen y me dieron mención honorífica. Después de terminar el examen fui al baño a vomitar todo lo que me había aguantado vomitar por las quimioterapias.
Mi tesis fue la creación de un taller de sexualidad dirigido a personas con Síndrome de Down.
El tema en sí ya era difícil pero con la enfermedad se hizo más difícil todavía.
Así que haberme titulado con ese tema y bajo esas mismas condiciones creo ha sido y es mi más grande orgullo.
A los jóvenes que están indecisos y no están seguros de estudiar psicología porque ven el panorama en cuanto a la salud mental en este país, les pido que no se rindan. Necesitamos psicólogos más que nada y más que todo humanos, humildes, que no sean arrogantes y que estén dispuestos a entrarle a sus propias emociones para de esa manera sanar la de otros.
Es cuanto.