Comienzo por señalar tres hechos, que por lo demás son públicos:
- Aspiro a una candidatura para el cargo de ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
- Estoy registrada ante los comités de evaluación del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo.
- Fui Coordinadora General de Asesores del ministro Arturo Zaldívar durante los cuatro años de su presidencia.
Dicho esto, también me parece importante señalar que toda mi vida profesional la he dedicado al Poder Judicial de la Federación. Soy magistrada en materia administrativa en el primer circuito. Fui también colaboradora del ministro Genaro Góngora Pimentel, tanto en su presidencia como en ponencia y de mis 26 años en la judicatura, 19 fueron en la Suprema Corte.
En todo este tiempo he sido testigo de los grandes avances que se han dado hacia la igualdad de género. La reforma constitucional de 2011 en materia de derechos humanos, la llegada a la Corte de perfiles diversos a los de carrera judicial, y el impulso del activismo feminista permitieron consolidar una agenda jurisprudencial comprometida con los derechos de las mujeres, que ha dado efectividad y concreción a los logros legislativos que ellas mismas han impulsado.
Hoy en día tenemos a la primera presidenta de la República, la primera presidenta del Instituto Nacional Electoral, la primera gobernadora de Banco de México, trece gobernadoras y existe paridad en todos los órganos de representación. Y tenemos también a la primera presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Piña.
El solo hecho de que hoy en nuestro país haya tantas mujeres en posiciones de liderazgo es de aplaudirse. Es una conquista cultural y un ejemplo para las futuras generaciones. Pero también es cierto que, en tiempos de crisis como los que vivimos, no basta con que lleguen más mujeres al poder, sino que deben ser las más adecuadas.
Norma Piña fue la presidenta bajo cuya dirección el Poder Judicial de la Federación se desmoronó y gran parte de la responsabilidad recae en ella, porque no fue capaz de entender el rol que le correspondía en el momento político en el que asumió el cargo.
El papel de los tribunales constitucionales no es sencillo. Hacer valer la Constitución no es una tarea mecánica sino una delicada una cuestión de equilibrios. Implica, por un lado, hacer efectiva la voluntad popular plasmada en el texto constitucional y, por otro, hacer valer los límites al ejercicio del poder público y proteger los derechos fundamentales, todo ello en momentos políticos más o menos complicados y en contextos institucionales más o menos sólidos. El único respaldo con que cuentan los tribunales constitucionales para desempeñar esta labor es la confianza de la sociedad en su imparcialidad. Su legitimación social es la única garantía de que sus fallos serán cumplidos.
En nuestro país, la llegada al poder del movimiento conocido como la Cuarta Transformación supuso una profunda sacudida política y social, que de inmediato provocó reacciones de resistencia. Una de ellas provino del Poder Judicial Federal, que asumió como su rol natural el oponerse a ese cambio. Lejos de generar los equilibrios para dar cabida a una nueva visión de país dentro de los cauces constitucionales, la judicatura se propuso bloquearla, pero sin contar con la legitimidad social para ello.
Como presidente, el ministro Zaldívar adoptó dos estrategias: intentar recobrar la confianza ciudadana a partir de un ejercicio de autocrítica institucional y modular la función contramayoritaria, entendiendo que el Poder Judicial no estaba en posición de imponerse. En la era de la posverdad, estos intentos se redujeron a traición y sumisión.
Nada de esto fue entendido por la ministra Piña. Asesorada por figuras de la oposición política, entendió la defensa de la independencia como confrontación y se atrincheró en la narrativa de un poder judicial impoluto y defensor del pueblo, que simplemente no encontró eco en una sociedad lastimada por la injusticia y la impunidad. Es así como se gestó la derrota máxima de la función judicial: la inobservancia de sus decisiones. La institución fracasó en responder a la transformación de la realidad política de nuestro país. Intentó frenar un movimiento social, sin darse cuenta de la poca legitimidad con que contaba y terminó siendo corresponsable de su propio colapso.
Las mujeres sabemos ser líderes en tiempos de crisis. La elección de Donald Trump y la manera en que la presidenta Claudia Sheinbaum ha comenzado a navegar la relación, son prueba de ello. Ayer mismo el Financial Times la colocaba entre las 25 mujeres más influyentes del año.
Es tiempo de mujeres, pero en tiempos de crisis como los que vivimos, también importa qué mujeres.