El primer hombre

Un niño nacido el 7 de noviembre de 1913 en circunstancias poco favorables para tener una “buena vida”, en condiciones de miseria, huérfano de padre antes de cumplir el primer año, con una madre casi sorda y casi muda y una abuela (ambas analfabetas) que se erige en autoridad de la familia de inmigrantes que se fue conformando al llegar a Argelia provenientes de España y Francia, se transforma en premio Nobel de Literatura en 1957. Tres años después, el 4 de enero de 1960, muere en un accidente automovilístico a los 46 años. Una tragedia, sí. Pero también asombro ante una vida casi imposible de ser admitida como posible. Para ser consecuentes con la filosofía de Albert Camus, ese niño del que hablamos: una vida y una muerte absurdas. Inverosímil la primera, irregular y sin sentido la segunda. O sin más sentido que el del azar, la aleatoriedad: teniendo boleto para el tren a París, decide viajar en auto con su amigo el editor Michel Gallimard y la esposa e hija de este; ellas sobreviven. Como de película increíble.

“Martes 7 de abril de 1998; Ciudad de México”, escribí en la primera página en blanco de El primer hombre, obra póstuma de Camus que gané al resolver una trivia del programa radial “La república de los necios”, en la estación llamada en aquel momento Ondas del Lago; un buen programa. No obstante y ya haber leído por entonces varias obras de Camus, postergué esa lectura por más de veinte años; y el libro sobrevivió el paso del tiempo y los cambios de geografía impensados entonces. Hacia diciembre de 2021 vi la película Camus, dirigida por Laurent Jaoui en 2010 con base en un libro de Olivier Todd; de fuerte contenido biográfico a partir de esa novela ulterior. Filme, por cierto, que agobia al espectador con uno de los problemas de Camus: el cigarro. El problema es que este vicio está tan presente en la cinta que abruma y desvía la atención de las ideas; es como asistir a una conferencia de esos escritores que fuman un cigarro tras otro y los acompañan de una coca cola al tiempo; mejor salir del sitio.

Aquí una especie de tráiler de la película Camus:

Decidí leer al fin El primer hombre. Creo que es la novela más extensa de su autor, unas 250 páginas que con anotaciones y apéndices llega a las 300; y por las acotaciones del autor en el manuscrito es claro que sería de mayor extensión aún (Tusquets, 1994, primera edición). Por ejemplo, su primera novela publicada (1942), El extranjero, 157 páginas; La peste, 151 en formato digital; La caída, 96; la señalada como su primera novela La muerte feliz, publicada hasta 1971, tampoco llega a las 100; aunque no la he leído. En general, excepto El hombre rebelde, las otras obras de Camus son breves; y se agradece.

Y de hecho, quizá postergué la lectura porque tiene un arranque lento, lleno de descripciones geográficas y del paisaje. Le interesaba al autor recrear el sitio y las condiciones en que había crecido y vivido en Argelia, infancia y adolescencia; ciudad africana que sería también la que le daría una oportunidad vital hasta el éxito y la celebridad impensada.

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¿Quién es ese “primer hombre” a que hace referencia el título? Aquí la respuesta: “Y él, que había querido escapar del país sin nombre, de la multitud y de una familia sin nombre,… formaba parte también de la tribu,… caminando en la noche de los años por la tierra del olvido, en la que cada uno era el primer hombre, donde él mismo había tenido que criarse solo, sin padre, sin haber conocido nunca esos momentos en que el padre llama al hijo cuando este ha llegado a la edad de escuchar, para confiarle el secreto de la familia, o una antigua pena, o la experiencia de su vida”. Y se complementa con esta otra frase hacia el final del libro: “Sí, había vivido así entre los juegos del mar, del viento, de la calle, bajo el peso del verano y las lluvias intensas del breve invierno, sin padre, sin tradición transmitida, pero habiendo hallado durante un año, justo en el momento preciso, un padre, y avanzando a través de los seres y las cosas, en el conocimiento que iba adquiriendo para fabricar algo que se parecía a una conducta (suficiente en ese momento, dadas las circunstancias que se le presentaban, insuficiente más tarde frente al cáncer del mundo) y para crearse su propia tradición”.

Jacques Cormery, la encarnación de Camus en la novela, quiere recuperar del olvido y el anonimato no sólo el sitio en que vivió la infancia -la Argelia ocupada por Francia durante 132 años-, sobre todo a las personas, comenzando por el padre del que nunca supo nada, a la madre, a la abuela, sus parientes cercanos, a sus amigos y en particular al profesor Louis Germain, que cambió el trazo de su existencia.

Ser el primer hombre significa haber descubierto, construido y desarrollado una identidad, un sentido de la vida sin haber tenido mayor bagaje que la miseria, el cariño maternal intuido no expresado, y la guía inicial de ese profesor tan querido para él. Individuo sin “linaje” como le gusta decir a algunos, sin alcurnia, sin estirpe, sin ser heredero de nada. Ese es el primer hombre, el que al nacer parte prácticamente de cero. Y en cierto sentido, los hombres y mujeres del pueblo argelino colonizado, incluido su padre y su madre, eran el primer hombre, la primera mujer, pues vivían alejados e ignorados, sólo utilizados por el país colonizador.

Mi ejemplar; primera edición en México, 1994.

La novela

En esta novela dedicada a la niñez y adolescencia, se descubren algunos elementos importantes y conformadores del espíritu y el carácter del Camus adulto.

Primero. El escritor adulto que escribe la obra a los 40 años, regresa a Argel de visita a su madre y trata de averiguar todo lo que pueda sobre el padre. Poco puede saber, sólo que murió en combate al inicio de la Primera Guerra Mundial de un balazo en la cabeza a los 29 años, después de haber auxiliado en el parto complejo del narrador. Cormery, el personaje, llega a intuir un padecimiento paternal heredado por él: la angustia, la desesperación por la vida y sobre todo por la muerte: “Y la realidad ya no aliviaba sus sueños, sino que alimentó durante años… la misma angustia que había trastornado a su padre y que este le legara como única herencia evidente y segura”. Y señala Cormery nada menos que un absurdo en relación al padre, su muerte violenta “en una incomprensible tragedia, lejos de su patria carnal, después de una vida enteramente involuntaria”. ¡Quién podía imaginar la propia muerte del autor de esas líneas en otra absurda tragedia!, no mucho tiempo después de escribirlas (poco sabemos siempre, en realidad). Camus encuentra entonces su propio sentido de la angustia y la desesperación como una herencia paterna; un hallazgo fundamental que desarrollará en su perspectiva filosófica.

Segundo. Descubrimiento de su ser inteligente, del talento por querer saber y conocer impulsado por el profesor Germain, quien lo prepara para ingresar becado en el Liceo de Argel.

Tercero. El sentido de identidad con lo argelino-francés; no pretendió sino la unidad entre los argelinos franceses y los árabes; vivió las revueltas separatistas y a punto estuvo de atestiguar la independencia de Argelia en 1962.

Cuarto. Por su origen, se colige su elección política: antes que la ideología, el espíritu demócrata. De ahí devendría su distanciamiento con Sartre, cercano a los comunistas. Por cierto, en la película referida hay una estupenda escena en que, mientras caminan, Sartre y Camus hablan y finalmente discuten, es la ruptura. Trae un poco a la imaginación la disputa entre Marx y Proudhon.

Cuarto. La fatalidad de ser un fiel infiel, su gusto por las mujeres, sobre todo extranjeras; también la pasión por el futbol.

Dos cartas

Pero volviendo al profesor Germain, vale la pena reproducir la carta que Camus le escribe poco después de recibir el premio de la academia sueca. Misiva que se ha vuelto célebre por expresar la ejemplar relación maestro alumno. Viene incluida en el libro y asimismo la carta respuesta del profesor. Me temo que incluir la carta de Germain prolongará demasiado este texto, aunque vale la pena; dudo aún de su inclusión. Carta 1:

París, 19 de noviembre de 1957

Querido señor Germain:

Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.

Lo abrazo con todas mis fuerzas.

Albert Camus

Dedicatoria del primer hombre

Y no deja de conmover, por último, la dedicatoria del autor de El primer hombre a Catalina Elena Sintes, la madre casi sorda, casi muda, analfabeta, ignorante, frustrada en sus sentidos vitales, de expresión amorosa refrenada al pequeño hijo, quien la amaba con intensidad sin poder manifestar y sin poder recibir ese amor sino por mínimas y tácitas manifestaciones. La dedicatoria:

“À toi qui ne pourras jamais lire ce libre”. “A ti, que nunca podrás leer este libro”.

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo